17.6.08

El paradigma de la sustentabilidad en la encrucijada: Biocombustibles en la Araucanía




Dentro del inconsciente colectivo de la sociedad en la que vivimos, está cada vez más presente la idea de interconexión o concatenación: nuestras vidas y nuestras decisiones, tanto individuales como sociales, ya no se encuentran aisladas a la influencia de nuestro entorno cercano, ya sea en términos geográficos o temporales; el fenómeno de la globalización –que a pesar de lo que se crea, es bastante más antiguo que la internet- nos ha convertido de forma cada vez más profunda en ciudadanos del mundo, haciéndonos parte también de las decisiones que en este mundo se toman, y de las consecuencias que estas acciones generan. Estas acciones están determinadas por una intencionalidad que esta tras ellas; si el mundo busca obtener las ganancias más altas de sus acciones, entonces podemos decir que el mundo opera bajo una racionalidad económica. El postulado que vengo en exponer es que, si dentro de la racionalidad económica como motivación de las acciones sociales esta el incentivo hacia el desarrollo de fuentes de biocombustibles en la Araucanía, el futuro de esta iniciativa es, al menos, incierto.

Tomando como premisa básica los postulados de Ulrick Beck, podemos entender que coexistimos en una sociedad moderna ha creado riesgos socialmente, a los cuales los miembros de esta sociedad se enfrentan y que pueden ser la causa de su propia eliminación. Es dentro de este contexto que surge el riesgo ecológico, que de acuerdo a las consideraciones de Enrique Leff, es la consecuencia de una estresante actividad económica humana, que ha sobreexplotado los recursos naturales y puesto en riesgo los ecosistemas y los productos que de ellos obtenemos para nuestra supervivencia; se ha alcanzado, señala Leff, un límite en la racionalidad económica, cuyos signos son la destrucción ecológica, la degradación ambiental y el deterioro globalizado de la calidad de vida. La humanidad, como nunca antes en su historia, está enfrentada a su propia eliminación producto de los procesos que ha desarrollado para su supervivencia. La dependencia en la actualidad de los recursos fósiles ha llevado a los organismos internacionales a incentivar el desarrollo de formas alternativas para suplir la demanda energética; un caso clásico es la preocupación mundial por el desarrollo de combustibles renovables, o biocombustibles[1], que actualmente son parte de un fuerte debate respecto de cómo el uso de recursos y materiales anteriormente destinados a la producción agrícola ahora pasan al plano de la producción energética, en el contexto de una naciente crisis agroalimentaria. Por tanto, el paradigma de la sustentabilidad[2] y del uso racional de los recursos de forma equitativa y equilibrada se ve cuestionado y puesto en una encrucijada en la que, actualmente, existen dos opciones: o producir alimentos, o producir combustibles.

Dentro del mundo que mencionaba anteriormente, y del que somos ciudadanos completamente conectados, debemos ubicarnos, a modo ilustrativo, en el borde, o lo que se conoce como Modernidad Periférica[3]: como país no formamos parte de las decisiones, sino que asumimos las determinaciones y reaccionamos frente a las demandas de una Modernidad Central (o economía central). Si bien es cierto podemos entender que existe una evolución y una generación de nuevas dinámicas dentro de esta relación centro – periferia, marcadas principalmente por la inclusión de los mercados asiáticos a las zonas decisionales de la política internacional, Chile sigue siendo periferia: una economía completamente abierta al mundo, con tratados de libre comercio con las economías dominantes del orbe, pero que, producto de esta relación de dependencia, ahora es abiertamente dependiente de sus clientes; por tanto, desde el minuto en que en la agenda internacional se instala la necesidad de la investigación y la generación de combustibles basados en productos tradicionalmente agroalimentarios, el mundo agrícola y científico chileno se vuelca hacia la búsqueda de espacios y formas para instalar estos requerimientos, desplazando la satisfacción de necesidades que anteriormente parecían impostergables, como lo son la producción de trigo[4].

La Región de la Araucanía representa el 37.5% de la producción de trigo a nivel nacional (equivalente a 500 mil quintales y 108 mil hectáreas sembradas)[5]. A nivel país, en Chile producimos el 40% del trigo necesario para la satisfacción de las necesidades de mercado; el 60% restante es importado, principalmente de países como Argentina, Canadá, y Estados Unidos. Sin embargo, la tendencia dentro de la Región de la Araucanía es a la disminución de las plantaciones de trigo y la sustitución por cereales usados en la producción, según los resultados entregados en el “Informe de Presentación de Resultados Preliminares del Censo Agropecuario 2007”, publicado por el Instituto Nacional de Estadísticas. El porcentaje de hectáreas usadas para la siembra de trigo disminuyo, en el período 1997 – 2007 en casi un 40%.

La contraparte esta en el énfasis que ha puesto el gobierno en señalar que la Región de la Araucanía es un productor potencial de Biocombustibles. Aun cuando no aparece explícitamente señalado dentro de la Estrategia
Regional de Desarrollo actual, en diversas ocasiones se ha señalado, de parte de las autoridades regionales, el hecho de que el futuro del mercado de la Región en el ámbito de los cereales va en esa dirección[6]. En el contexto de lo anterior, es necesario preguntarse: ¿Cuáles de los incentivos y declaraciones anteriores obedecen a un estudio y proyección a largo plazo y cuales corresponden al aprovechar la contingencia internacional sin considerar las consecuencias en el tiempo?

A modo de conclusión, la tesis que vengo en plantear es que no se está pensando en un fortalecimiento de la economía interna a largo plazo con la implementación de políticas de incentivo al uso de tierras agroalimentarios para producir combustibles, sino que se está reaccionando a las presiones de la comunidad internacional; el riesgo que estamos viviendo es el de no poder posicionar nuestras propias necesidades internas, y que aún cuando estas decisiones internacionales aparezcan bajo el argumento de una racionalidad ambiental, tras ellas prima una racionalidad económica que anula sus efectos y que, una vez más, nos conduce a tomar las decisiones equivocadas.



[1] Por definición se entiende por Biocombustibles al Biodiesel, Bioetanol y Biogás que se produzcan a partir de materias primas de origen agropecuario, agroindustrial o desechos orgánicos. La pronunciación de que la producción de estos biocombustibles precisa de materias primas como la soja, remolacha, trigo, cebada, etc., es un tema no menor, frente al posible cambio que podrían tener estas propias materias primas, ya no vistas como comestibles, sino como semillas transformadas a la creación de biocombustibles.

[2] A partir de 1987 comienza a instalarse dentro de las políticas públicas a nivel mundial el concepto de Desarrollo Sustentable / Sostenible, que se sustenta en el uso equilibrado del medio ambiente para producir medios de subsistencia asegurando la perdurabilidad del ambiente. El Desarrollo Sustentable suma fuerza dentro de Latinoamérica, y que actualmente es una piedra angular de las políticas de desarrollo económico y planificación de Chile y de la Región de la Araucanía.

[3] El concepto de Modernidad Periferica ha sido trabajado in extenso por Beatriz Sarlo y Nestor García Canclini, siempre en los términos de (…)relaciones con la modernidad central a través de la copia y la imitación, que generan adaptación forzada y atraso(…) (Sarlo, 1988)

[4] El gran indicador de la crisis agroalimentaria en Chile fue el precio del pan durante los meses

[5] Información proveniente de COTRISA, disponible en http://www.cotrisa.cl/mercado/trigo/nacional/distribucion.php

[6] http://www.sustentable.cl/Portada/noticias/7217.asp

Imagen de: http://www.larepublica.com.uy/publicaciones/101/20080324/images/304182_0.gif

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